martes, 12 de abril de 2011

TESTIMONIO LITERARIO DE POETAS VIAJEROS. UN PASEO POR TIERRAS CONQUENSES

Por Santiago Cuerda Morcillo (colaboración en el libro "115").
Fotografías: Jesús Cañas del Pozo


 

La idea de un auténtico disfrute de la belleza natural y el patrimonio cultural de un pueblo debe mover e impulsar al viajero a darse un paseo por sus tierras y a aproximarse y conocer a sus gentes, tanto ilustres, como sencillas, sobre todo a estas últimas, que es donde reside esa vis popular, con su carácter, temperamento, sus creencias, leyendas, y tradiciones rituales y mágicas.

En este contexto, pueden tener algún significado las siguientes líneas, que pretenden hacer ver un poco de tanto sobresaliente como poseen estas hermosas tierras que nos envuelven y empapan, este entorno singular que nos atrae y apasiona con especial sentimiento.

El viajero escritor, que llegaría a ser académico y senador, “enfant terrible” de las tierras españolas, y quién sabe cuantas cosas más, dijo de la Alcarria, y bien hubiera podido decirlo también de la Mancha y de la Sierra conquense, extrapolando la idea: que “es un hermoso país, al que la gente no le da la gana de ir”.


Porque Cuenca y su provincia, con sus innegables encantos y la diversidad de su relieve, únicamente son conocidos para una minoría.

Los poetas viajeros vieron sin adelantos viarios, vieron y cantaron a Cuenca con bellas estrofas de acendrados versos: “Agua verde, verde, verde/ agua encantada del Júcar/ verde del pinar serrano/ que niña te vio en la cuna”. Gerardo Diego. O de aquel otro, con muerte acelerada y violenta desaparecido, nuestro admirado García Lorca: “¿Has visto grieta azul de luna rota/ que el Júcar moja de cristal y trinos?”.La anterior afirmación de Camilo José Cela en el prólogo de su “Viaje a la Alcarria” hacia la mitad de los años cuarenta, hoy es sólo una verdad a medias, esperando que en un futuro no lejano deje de tener realidad.

 

Obligado es mencionar a nuestro cronista y poeta Federico Muelas, de la Cuenca “de peldaño en peldaño fugitiva”.
Por la amistad que me une, y por su buen hacer, quiero resaltar también la figura de José Luis Lucas Aledón, el poeta de los Viajes, que se recrea en los idílicos hocinos y se refresca en las límpidas aguas de las fuentes cantarinas.

Hoces rocosas, boscosos parajes, vaguadas pletóricas de vida, todas las fuerzas de la naturaleza puestas en acción.

 


¿No son tierras altivas y, serenos los altos pinachos, convertidos en albas cumbres en los gélidos inviernos? ¿No se divisan desde su altura amplios horizontes, donde majestuosamente vuelan el águila y el buitre? En vericuetos y recovecos ¿no encuentran acomodo la flora y la fauna: el pino y el roble, quejigo y carrasca, el oso y el venado? Pequeñas comarcas y recogidos valles, húmedos y fértiles; tormentas y lluvias, que alimentan fuentes cantarinas, hondonadas y profundos barrancos, madre de los adolescentes y bulliciosos ríos. Aguas vivas o tranquilas, fertilizantes aguas, furiosas o remansadas aguas. El suave batir de las ramas, el cielo azul y limpio en las alturas, el canto de los pájaros en la espesura.

Multitud de rocas evocan figuras diversas, inagotables, fantasmagóricas, caprichosas e inverosímiles. A la pétrea cabeza llamó Góngora "Dama de pedernal".

Rebaños pastando en verdes y frescos pastizales. La vida pastoril en las montañas, dura en el frío invierno, se convierte en placentero disfrute en el tiempo bueno. Cientos de rincones secretos guardan estas montañas con su gozoso misterio y encanto para el curioso viajero.

Sobre suaves colinas aparecen vestigios de antiguas construcciones, recuerdos de épocas pasadas, fortificaciones fronterizas protectoras, y escudos nobiliarios en las casas de abolengo.

Multicolores vecinos en los dorados trigales, alondras, palomas torcaces, águila y halcón, en peregrino vuelo surcan limpios y transparentes cielos, pájaros cantores que alegran estíos.

Cruzando el puente romano, hoy modernizado, que hace asequibles los enfrentados paredones de la hoz del Huécar, la piedra caliza que sirve de pilar y basamento a la gótico-normanda catedral de Santa María de Gracia, elegantes y altivas las Casas Colgadas, dando la cara al convento de San Pablo, en la actualidad Parador Nacional. Vetustos rascacielos mirando a las dos hoces. Más adelante, el hocino idílico de Muelas, refugio de ermitaño. La cabeza de piedra en equilibrio.


 


Cuantos se adentran en las quebradas calles, en busca de insólitas emociones captan enseguida el innegable canto mistérico, que sus piedras despiertan. Calles retorcidas, estrechas, empinadas, recostadas sobre otras como para no caer. Tejados escalonados, saledizos, atrevidos, sostenidos más por la inercia de los siglos, que por las leyes de gravitación.

¿Qué más de su riqueza patrimonial puede decirse en tan corto espacio?

Patrimonio del mundo, intemporal,
fortificada, angosta, amurallada,
acosada, agraviada y desmochada,
luchadora, aguerrida y medieval.

Piadosa, vaticana y abacial,
afamada, admirable y admirada,
celebrada, feliz y afortunada,
adelantada, noble y señorial.

Abandonada, absorta y desvalida,
inconclusa, escarpada y soñadora,
silenciosa, fugaz y dolorida.

De cuna cristiana, judía y mora,
altivo roquedal, ciudad perdida,
enamorada, alada y voladora.

El viajero Ortega y Gasset llamó a la encantada ciudad “Cogollo de España”, ciudad con olor a malvavisco y zaratán, a tomillo y espliego, a jara y romero.

Transcurrido el frío invernal, las gentes que habían permanecido como aletargadas en los pliegues de la tierra, comienzan una nueva vida al calor del sol primaveral.





Es fascinante sumergirse y bucear en el pasado buscando los pequeños y grandes tesoros, que agazapados están ahí esperando ser mostrados. Realmente compensatorio rememorar espacios y personas, que nos han precedido haciendo importante nuestra historia: Los Carrillo de Albornoz, Cabrera, Luna, Fernán Caballero, etc. La lista sería interminable.

O aquellas otras, en que la diosa griega Silene baja a bañarse en las gélidas aguas del Escabas, en la espectacular hoz del Estrecho de Priego, a los pies del convento de San Miguel de las Victorias, y del Cristo de la Caridad o Misericordias.

Quiero terminar el presente testimonio, no sé si alcanzará la denominación de paseo literario, con la tercera de las décimas dedicadas bajo el título “Virgen de la Faz Morena “ a Nuestra Patrona, la Virgen de la Luz, publicadas en mi libro “Camino del despertar”:

Madre de excelsa pureza,
Estrella, mi Norte y Guía,
Dueña de la serranía,
reflejo de tu belleza.
Dótame con la destreza
en este afán caminero,
y anda conmigo el sendero,
pisada firme en la breña,
-rapaz, pino, cielo y peña-
entre tomillo y romero.


La anterior reflexión evoca en mi imaginación y memoria “aquellas noches de cúpula celeste tachonada de estrellas”, en las que, desde la ventana de un pequeño cuarto estudiantil de seminario, vivía la privilegiada contemplación del inigualable escenario de la hoz del Júcar, regador de verdes esmeraldas por la tierra mágica.

 

Pormenorizar sus obras, sus reliquias históricas y tantos atractivos requeriría llenar muchos folios. Nosotros disponemos de bastante menos. Nos conformaremos, pues, con haber intentado abrir el apetito cultural al futuro visitante de Cuenca.

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